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La distancia ideal para coger la mano

La distancia ideal para coger la mano Del blog el habitat del unicornio, sobre las emociones y nuestro trabajo.......

“Un poco de amor es como un buen vino. Pero recuerda que una cantidad excesiva de uno u otro hace que las personas enfermen”- John Steinbeck.

El psiquiatra Robert Lifton pasó varios meses en Hiroshima entrevistando a “hibakusha”, es decir, a supervivientes de la bomba atómica. Tiempo después, describió así sus sensaciones durante la investigación:

“Las primeras entrevistas me dejaron profundamente impresionado y emocionalmente exhausto. Pero a los pocos días mis reacciones cambiaron. Escuchaba las descripciones de los mismos horrores, pero ya no me afectaban del mismo modo. Me concentraba en las pautas recurrentes que comenzaba a detectar en las respuestas. Aunque en ningún momento llegué a insensibilizarme al sufrimiento, se impuso rápidamente una distancia más cómoda entre los hibakusha y yo.
Esa distancia era, a mi juicio, absolutamente imprescindible no sólo desde el punto de vista de las exigencias intelectuales del trabajo que debía llevar a cabo, sino también desde la perspectiva de mis necesidades emocionales”.

Lifton describe aquí una de las estrategias que más utilizamos cuando intentamos ayudar a personas que están viviendo situaciones emocionalmente intensas: el alejamiento emocional. La capacidad de no sumergirse en el dolor de aquellos a los que están intentando ayudar es esencial para ser realmente útiles a los demás. Todos hemos intentado echar una mano a personas que sufren... y por eso todos sabemos lo importante que resulta tener esa aptitud.

El sentimiento que está intentando conseguir este psiquiatra es válido, probablemente, para cualquier relación de ayuda. Se trata de conseguir un equilibrio difícil entre frialdad e implicación. Por una parte, el dolor de la persona que sufre no nos debe hacer perder la racionalidad, porque sino, no ayudaríamos en nada. Hay un proverbio clásico entre psicólogos: si un terapeuta llora con su paciente, lo único que ha conseguido es duplicar el llanto de éste...
Pero por otra parte, la frialdad extrema nos quitaría eficacia a la hora de ayudar. Nadie se siente escuchado por una persona insensible; nadie hace caso a los consejos de una especie de robot.
El dilema, al final, está en encontrar la distancia ideal para coger la mano del otro: ni muy cerca, ni muy lejos...

Quizás una buena forma de resolver el dilema sea no comprometerse sentimentalmente con el sufrimiento del otro, pero vivir con intensidad emocional su evolución. Alegrarse a medida que vayamos viendo que la persona sale adelante, preocuparse cuando no lo consigue, sentir las consecuencias de nuestra intervención...
Y, en todo caso, recordar que no podemos sufrir en igual medida que aquellos que han vivido realmente la tragedia. Tenemos que evitar la tentación egoísta de sentirnos mal para que el otro no nos mire con envidia...
Y centrarnos en hacer bien lo que mejor se nos da a los seres humanos: ayudar.

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